Thomas Tüchel ha creado un monstruo futbolístico

El Chelsea ha sufrido uno de los cambios más significativos del último año futbolístico en Europa. Frank Lampard dejaba el banquillo en enero y, desde entonces, el club de Stamford Bridge se ha convertido en uno de los proyectos más sólidos, competitivos, imbatibles y productivos del panorama inglés y europeo.

Pasaron de estar fuera de puestos europeos a meterse entre los cuatro primeros clasificados para jugar la presente edición de la Champions League, fueron subcampeones de copa eliminando al Manchester City en semifinales y han conseguido levantar la copa de Europa (ante el Manchester City) y la supercopa de Europa (ante el Villarreal).

Más allá de títulos, sus sensaciones. Son un muro infranqueable. Su defensa, el alto porcentaje de porterías a cero que ya suma Edouard Mendy, la solidez con la que se enfrentan a sus rivales en cada una de sus llegadas al área, la rotundidad ante la que salen frente a los grandes equipos de Inglaterra y Europa, y el respaldo total de Abramovich en el proyecto.

Un equipo que genera las mismas sensaciones a conocidos y extraños, y eso es muy complicado de conseguir. Es tan obvio el buen trabajo de Tüchel, el rendimiento de este equipo, cómo afrontan sus partidos, que incluso los que tienen el gatillo fácil a la hora de sacar conclusiones fugaces y sin argumentos se callan. Es unánime. Son uno de los equipos más en forma del mundo.

El pasado domingo volvieron a demostrarlo al planeta. Llegaban a Anfield con opciones de sacar algo positivo ante el Liverpool, y eso ya de por sí son palabras mayores. Pero luego demostraron (además de que pueden hacerlo) que son capaces de salir vivos de condiciones absolutamente adversas.

Justo antes del descanso, cuando ya todos pensaban que el 0-1 para los londinenses iba a ser el resultado con el que deberían vivir durante la pausa de los primeros 45 minutos. 

Una mano de Reece James lo cambiaba todo de forma rotunda, como un trueno inesperado que sorprende hasta al más valiente del lugar. Penalti, expulsión del defensa del Chelsea y 1-1. Un panorama adverso con el que no contaba Tüchel y que modificaba cualquier planteamiento. 

Los de Stamford Bridge debían hacer frente a toda la segunda mitad sin ventaja, con un futbolista menos, ante uno de los equipos más ofensivos y sólidos del mundo y con un Anfield lleno hasta la bandera. El escenario era igual de adverso como impactante por las formas. Cuando ya acariciaban la victoria al descanso, cuando pensaban que se iban con ventaja a los vestuarios, un golpe anímico que sólo los más fuertes del lugar son capaces de aceptar, asimilar y sacar provecho.

El Chelsea lo consiguió. El marcador no tuvo cambios. El 1-1 concretó el reparto de puntos para dos equipos que siguen sin perder pero que, pese a la equidad del resultado, se marcharon del estadio con sensaciones muy diferentes.

Los de Tüchel sobrevivieron y saborearon un punto antes del parón de selecciones que tuvo tintes épicos de victoria. No sólo por haber aguantado el marcador, no sólo por no haber caído rendido ante la imponente actividad que supone enfrentarse al Liverpool. Fue su solidez, su reacción, su capacidad de hacer frente al escenario, la sensación de que cualquier balón que sobrevolara o cayera en el área Blue iba a salir disparada.

Un empate que no supuso grandes cambios en la clasificación, pero que vuelve a servir de sólido ejemplo de que este Chelsea es una máquina perfectamente engrasada y que, ahora sí, están preparados para intentar el asalto al título.